viernes, 21 de julio de 2017

Introducción (Z’EV BEN SHIMON HALEVI)



Toda tradición mística aspira a la unión con el Uno Primordial. A este estado de comprensión absoluta, se llega mediante el equilibrio y la elevación de la consciencia a través de todos los niveles de existencia, hasta la propia fuente.

Esta condición es extraña, a pesar de tratarse de un derecho innato de toda persona, porque pocas aprecian las leyes que gobiernan el universo y el desarrollo humano.
El objetivo de una tradición espiritual es presentar estas leyes y mostrar cómo aplicarlas. Aunque es cierto que los caminos pueden ser distintos según la época y las costumbres, la ley que se opone complementa a otra, por ejemplo, se reconoce con facilidad en la relación entre práctica y teoría.

En la tradición mística de Israel, estos aspectos activo y pasivo de la Torá o Enseñanza se conocen como Cábala práctica y especulativa. En calidad de estudios, proporcionan el entrenamiento necesario para la experiencia directa.

Cábala significa «recepción», hecho que sólo es posible cuando las dos disciplinas están unidas en una misma persona.
Este acontecimiento espiritual expresa, en términos humanos, la ley de la tríada que hace aflorar el universo a la existencia y lo devuelve de nuevo a su origen.

Del Uno a la aparición de los contrarios y su relación hay un paso de la infinitud al mundo finito. Aquí se encuentra el principio y fin de la relatividad, con energía, forma y consciencia en un complejo divergente y convergente que va entre el Todo y la Nada. Las leyes objetivas que gobiernan el Universo están descritas en el diagrama principal de la Cábala, conocido como Árbol de la Vida. Este modelo análogo del absoluto, el mundo y el ser humano es la clave de la Cábala especulativa y práctica. Por medio de la experimentación del Árbol, el cabalista accede a su realidad, permitiéndole establecer de forma segura los cimientos en los niveles superiores de la existencia.


Si está bien establecido ahí, puede que se le otorguen percepciones y conocimiento de materias que no pueden obtenerse en este mundo, o ser el medio por el que el influjo de la Gracia desciende desde lo alto. Si fuera así, cumple con su propósito como Adán encarnado, en clara armonía con la voluntad de su Hacedor a través de todas las Tierras, Edenes y Cielos. En ese estado, incluso puede subir en la Carroza de su Alma al Trono del Espíritu en el que se sienta el Adán eterno, el Hombre Divino, la última realidad separada anterior a la completa unión con el Uno Primordial.

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