Toda
tradición mística aspira a la unión con el Uno Primordial. A este estado de comprensión
absoluta, se llega mediante el equilibrio y la elevación de la consciencia a
través de todos los niveles de existencia, hasta la propia fuente.
Esta
condición es extraña, a pesar de tratarse de un derecho innato de toda persona,
porque pocas aprecian las leyes que gobiernan el universo y el desarrollo
humano.
El
objetivo de una tradición espiritual es presentar estas leyes y mostrar cómo
aplicarlas. Aunque es cierto que los caminos pueden ser distintos según la
época y las costumbres, la
ley que se opone complementa a otra, por ejemplo, se reconoce con facilidad en
la relación entre práctica y teoría.
En
la tradición mística de Israel, estos aspectos activo y pasivo de la Torá o
Enseñanza se conocen como Cábala práctica y especulativa. En calidad de
estudios, proporcionan el
entrenamiento necesario para la experiencia directa.
Cábala
significa «recepción», hecho que sólo es posible cuando las dos disciplinas
están unidas en una misma persona.
Este
acontecimiento espiritual expresa, en términos humanos, la ley de la tríada que
hace aflorar el universo a la existencia y lo devuelve de nuevo a su origen.
Del
Uno a la aparición de los contrarios y su relación hay un paso de la infinitud
al mundo finito. Aquí se encuentra el principio y fin de la relatividad, con
energía, forma y consciencia en un complejo divergente y convergente que va entre
el Todo y la Nada. Las leyes objetivas que gobiernan el Universo están
descritas en el diagrama principal de la Cábala, conocido como Árbol de la
Vida. Este modelo análogo del absoluto, el mundo y el ser humano es la clave de
la Cábala especulativa y práctica. Por medio de la experimentación del Árbol,
el cabalista accede a su realidad, permitiéndole establecer de forma segura los
cimientos en los niveles superiores de la existencia.
Si
está bien establecido ahí, puede que se le otorguen percepciones y conocimiento
de materias que no pueden obtenerse en este mundo, o ser el medio por el que el
influjo de la Gracia desciende desde lo alto. Si fuera así, cumple con su
propósito como Adán encarnado, en clara armonía con la voluntad de su Hacedor a
través de todas las Tierras, Edenes y Cielos. En ese estado, incluso puede
subir en la Carroza de su Alma al Trono del Espíritu en el que se sienta el
Adán eterno, el Hombre Divino, la última realidad separada anterior a la
completa unión con el Uno Primordial.
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