viernes, 4 de agosto de 2017

Rabí Itzjak Luria




Rabí Itzjak Luria, mejor conocido como el Arizal, nació en el año5294 (1534) en Jerusalén, en la Tierra de Israel.

Fallece en el año 5332 (1572) en la ciudad de Tzefat a la temprana edad de treinta y ocho años, pasando a la historia como el más sobresaliente pensador y exponente de la cabalá, la doctrina místico-metafísica judía.

El nombre “cabalá” literalmente quiere decir “transmisión”, y alude al cuerpo de interpretaciones y enseñanzas místicas cuyo origen se remonta hasta la revelación de la Torá en el monte Sinaí.

En efecto, la revelación de la Torá a Moshé estaba compuesta de varios niveles de conocimiento, uno de los cuales era el esotérico o místico-metafísico.
Dicho conocimiento por lo general estaba reservado a los iniciados, a las personalidades más sobresalientes en sabiduría y nobleza de carácter de cada época en la historia del pueblo judío. 

Se transmitía de maestro a discípulo en una sucesión ininterrumpida que llegaba hasta el Sinaí. Mas no sólo abarcaba el aspecto oral de la enseñanza, sino que también se transmitía –aunque en menor grado debido a la profundidad y delicadeza de los temas– en forma escrita. 
El texto más sobresaliente es, por supuesto, el Zóhar (Libro del Esplendor), que es un monumental comentario cabalístico a la Torá tal como fue enseñado por Rabí Shimón bar Yojai, en la primera mitad del siglo segundo de la era común.

Desde la edición del Zóhar, principalmente a resultas de la destrucción del Santo Templo y la dispersión de los sabios judíos en el medio oriente y en Europa, el conocimiento cabalístico permaneció aun más esotérico. 

Finalmente, a raíz del descubrimiento de un manuscrito del Zóhar en la edad media en España, el interés de los Sabios por este género de conocimiento se hizo sentir a lo largo y ancho de las comunidades judías en el mundo.

Lamentablemente, sus secretos permanecían por lo general sellados, ya que la profundidad conceptual de los temas del Zóhar es sumamente alta. Y aunque hubo insignes cabalistas que estudiaron dicha obra y la expusieron, tales como Rabí Moshé Cordobero y otros, por lo general se considera que no fue sino hasta la aparición del Arizal que la extensión y profundidad del conocimiento cabalístico encontró su plena expresión.
Como lo señaló el rabino Aryeh Kaplan (en su libro Inner Space, pág. 6), “las enseñanzas del Arizal pueden ser denominadas la teoría atómica del Zóhar: [Con ellas] todo comienza a cobrar sentido”.

En nuestra época ha surgido un verdadero anhelo por conocer algo de la riqueza espiritual que la cabalá encierra, así como de las grandes personalidades que a ella se han dedicado a lo largo de la historia judía. 

Presentamos aquí la biografía del Arizal, tal como se conoce por diversos escritos de la época y posteriores, así como basada en los escritos de su más insigne discípulo, Rabí Jaim Vital. Esperamos con ello abrir las puertas al conocimiento de uno de los sabios más ilustres que han existido en el pueblo de Israel, que también es modelo perenne de refinamiento de carácter y de virtudes.
Gracias a ello, por lo menos una pequeña parte de su inmortal legado espiritual estará al alcance de nuestro mundo moderno.

Ariel Antebi
Editorial Jerusalem de México

NOTA ACLARATORIA: Debido a la variedad de nombres con los que se suele llamar a Rab Itzjak Luria Azkenazí (HaArí, HaArizal, Arizal, Arí Hakadosh y Rabenu HaArí), en esta edición se ha adoptado el criterio general de llamarlo simplemente “Arizal”, nombre compuesto del acrónimo Ari y las letras zl, abreviación de la frase “que su memoria sea para bendición”.

N. Tz. Safrai
        
                           En recuerdo del Arizal


Extraído de El Arizal, vida y época de Rabí Itzjak Luria


En sus primeros años, cuando el Arizal vivía en Jerusalén, había conocido a grandes mekubalim (cabalistas) como Rab Klonimus Haberkstein. Pero Rab Itzjak estaba inmerso, sobre todo, en el estudio del niglé (la Torá revelada). Sin embargo, el propio Eliahu Hanabí había dicho a su padre que Rab Itzjak estaba destinado por la Providencia a estudiar la cabalá y a propagar en el mundo su luz escondida. Cuando llegó el momento apropiado, la Providencia puso los escritos cabalísticos directamente en manos del Arizal.


Era Shabat. Rab Itzjak, el joven sobrino de Rab Mordejai Francis, estaba sentado en su lugar habitual en la sinagoga. Su asiento no se encontraba en el muro oriental, el mizraj, entre las personas acaudaladas y prominentes, tal como hubiera correspondido a un erudito de su talla. Su asiento estaba en las últimas líneas de la parte occidental, donde se sentaba la gente corriente y los mendigos ambulantes. Había elegido rezar entre los que no tenían medios económicos para comprar un asiento mejor. Allí se sentía más a gusto, apartado de las miradas inquisitivas de los demás, y podía desahogar su corazón en paz y tranquilidad.

Aquel Shabat, fue un extranjero el que llegó y se sentó al lado del joven Arizal. Daba la impresión de venir de fuera, porque parecía confuso, como si el nusaj (el orden de las oraciones) local y las costumbres de la sinagoga le resultaran extraños.

Rab Itzjak se dio cuenta que el visitante estaba desconcentrado y trató de hacerlo sentir bien. Tomó el sidur del extranjero y empezó a hojearlo, pero se dio cuenta, asombrado, de que lo que tenía en las manos no era un sidur; ¡era un manuscrito antiguo!
Tomó uno de los sidurim de la sinagoga y enseñó al extranjero por dónde iba el jazán. Cuando terminaron las oraciones, le pidió al visitante que le prestara el libro que había llevado, porque quería estudiarlo. El extranjero accedió de buena gana.

El Arizal leyó cuidadosamente el libro y descubrió que contenía profundos secretos esotéricos que requerían un estudio mucho más profundo. Su dueño, pensó, debía ser un gran mekubal, conocedor de los secretos de la mística. Pero cuando trató de conversar con él, el extranjero bajó los ojos avergonzado y murmuró algunas palabras ininteligibles. Rab Itzjak no lo presionó y cambió de tema. "¿De dónde viene?", preguntó. "¿Cómo ha llegado este libro a sus manos?"

Pronto quedó claro que el visitante era un judío sencillo que no sabía Torá. Incluso admitió que no sabía leer hebreo. Sus padres habían sido criptojudíos en España y lo habían educado como cristiano, porque tenían mucho miedo a la temible Inquisición. Sólo cuando llegó a ser adulto se enteró de que era judío. Tras poner en pie un próspero negocio, había logrado irse de aquel país lleno de sangre y de terror, llevándose consigo una pequeña parte de su fortuna y unos pocos manuscritos que había encontrado entre las pertenencias de su familia.

Ahora había llegado a Egipto en viaje de negocios y quería acercarse más a sus correligionarios. Pero le daba mucha vergüenza admitir que no conocía las oraciones y las costumbres judías, y por eso llevaba siempre consigo esos manuscritos hebreos y hacía como que rezaba con ellos.
El Arizal escuchó asombrado la extraña historia y cuando el hombre terminó, le preguntó si estaría dispuesto a venderle el manuscrito. "Podría pedirme por él lo que quisiera", le dijo. El extranjero se echó a reír y le dijo: "¿Te burlas de mí, joven? Mírame: ¿doy la impresión de ser pobre? Soy un próspero hombre de negocios, gracias a Dios no necesito vender esos escritos".

Sin desanimarse, el Arizal insistió: "Por favor, usted no puedes leerlos y no le sirven para nada. Incluso aunque sean un recuerdo de familia y esté apegado sentimentalmente a ellos, estando en su poder no cumplen su función. Se han escrito para ser estudiados. Es lo que yo haría si fueran míos".
El Arizal insistió tanto que finalmente el extranjero cedió y dijo: "Si es así, le daré los escritos como regalo, porque veo cuánto los estima; pero con una condición: que trate de hacer que su suegro, Rab Mordejai Francis, el inspector de las aduanas, levante las tasas que se han impuesto a mis mercaderías".

Rab Itzjak estaba tan decidido a hacerse con aquellos escritos excepcionales que habló con su suegro. Para su satisfacción, Rab Mordejai Francis accedió y el Arizal pudo adquirir los manuscritos que tanto deseaba.3

El Arizal empezó a estudiar las obras en profundidad y las maravillas que aprendió de ellas lo cautivaron. Se dio cuenta de pronto que su alma estaba sedienta de ese tipo de conocimiento. Su alma encontró una satisfacción y una serenidad verdaderas en las enseñanzas que la cabalá le proporcionaba. Pero tenía miedo de no estar a la altura; de que quizás no supiera lo suficiente acerca de la Torá revelada. Su forma de vida y de actuar ¿eran lo suficientemente santas? Decidió plantear todas sus dudas al Radbaz y comunicarle esos pensamientos para ver si era apropiado para ese tipo de estudio.

El joven erudito esperó el momento adecuado para presentar la petición a su maestro. Y la oportunidad no tardó en llegar.
[..]

                         Refinando su carácter


Cuando el Arizal preguntó al Radbaz si era merecedor de emprender el estudio de la cabalá o no, éste le delineó los requisitos de perfeccionamiento de los rasgos de carácter (tikún hamidot), que se necesitan como preparación para embarcarse en ese tipo de estudio.
Rab Itzjak tomó con mucha seriedad las palabras de su maestro. Intensificó sus esfuerzos por dirigir y mejorar su carácter. Su anhelo era llegar a las cumbres de la santidad y la pureza necesarias para adquirir la capacidad espiritual que permite entender los secretos de la Torá. Rab Betzalel, su maestro y colega de estudio y de retiro, lo ayudó y lo animó mucho. El Arizal sentía que su comprensión y su percepción crecían día a día. Experimentaba un progreso constante; estaba alcanzando realmente su objetivo.

Por medio de la reclusión, el Arizal consiguió veintiún rasgos de carácter dignos de encomio. Según él mismo afirma: Aj (palabra formada por las letras hebreas alef-jaf que tienen el valor numérico de veintiuno), tob le Israel (Salmos 73:1), es decir, "Veintiuno es bueno para Israel" -se refiere a los veintiún aspectos que santifican a una persona". Entre ellos enumera: "Humildad y saber empequeñecerse ante Hashem; miedo del pecado, guardarse del orgullo, la cólera y la irritación con respecto a otros; cuidarse de los alimentos prohibidos y de lashón hará; evitar la mentira, la ligereza y el lenguaje insustancial..." Él fue el primero en adoptar todas las directrices que daba a los demás, predicando con el ejemplo.

Era especialmente cuidadoso en concentrarse en las palabras de las bendiciones que se hacen antes y después de comer; deseaba ser sincero al expresar su agradecimiento por la bondad que Hashem derrama sobre la humanidad. Decía regularmente el tikún jatzot; todos los días se levantaba a medianoche, se sentaba en el suelo y se lamentaba de la destrucción del Bet Hamikdash y del exilio de la Shejiná. Recomendaba purificarse periódicamente en la mikvé y trataba de ser uno de los diez primeros hombres en llegar a la sinagoga, para mostrar su amor por las mitzvot.

El Shulján Aruj HaArizal, que describe sus santas costumbres, relata también del profundo amor que sentía por cada mitzvá. Cuando tenía que comprar un lulav o un etrog, por ejemplo, nunca regateaba; siempre pagaba el precio que le pedían. En ocasiones incluso iba más lejos poniendo la bolsa donde llevaba el dinero sobre el mostrador y diciendo al vendedor que tomara lo que quisiera, ya que, cuando se trata de hacer una mitzvá, no hay que regatear.6

Su amor por las mitzvot se equiparaba a su amor por la Torá; ninguno de los dos conocía límites. Apreciaba la alegría de Hashem, su Torá y sus mandamientos, más que todos los tesoros del mundo. Una vez le confesó confidencialmente a un buen amigo que todo lo que había conseguido -tener las puertas de la sabiduría y el rúaj hakódesh a su alcance- era una recompensa por haber encontrado siempre más gusto en cumplir cada mitzvá que en ningún otro placer del mundo. Para él, eran más importantes que el oro y las joyas.7


El Arizal inspeccionó todos y cada uno de sus actos a lo largo de su existencia. Examinó cuidadosamente los rincones más recónditos del corazón para ver si, Hashem no quiera, había pasado por alto algún detalle referente al refinamiento del carácter o había ido hacia atrás en algo. Siempre rezaba a su Creador y le rogaba que lo ayudara a continuar subiendo a niveles aun más altos de purificación. Se dice que, cuando estaba a punto de morir, se le oyó murmurar: "Líbrame del orgullo".8


1Séder Hadorot Tanaim y Amoraim a Rashbí.
2Shem Haguedolim, maaréjet sefarim, Letra Zayin 8.
3Imré Tzadikim al final, y Dibré Yosef.
4Shem Haguedolim sobre el Arizal tal como lo cita Midrash Eliahu, pág. 12.
5Midrash Eliahu, de Rabí Eliahu ben Shelomó HaCohén.
6Taamé Haminhaguim, nota al pie de página 927.
7Reshit Jojmá, Shaar Haahabá 7:34; Jaredim (Jerusalén 5741), pág. 17.

                            
       Las predicciones que se cumplieron


Extraído de El Arizal, vida y época de Rabí Itzjak Luria


En la provincia de Calabria, al sur de Italia, vivían Rab Yosef Vital y su virtuosa esposa. Rab Yosef era conocido en toda la región por su piedad y por su grandeza, así como por su conocimiento de cabalá. Su verdadera fama estribaba, sin embargo, en su talento para el arte de escribir sifré Torá, tefilimot y mezuzot. La gente acudía de zonas lejanas para comprar las parshiot de los tefilimot que salían de sus manos expertas y llenas de temor, Rab Yosef Sambari escribe:

"Afortunado es el hombre que posee tefilín escritos por el rabino arriba mencionado, porque son un objeto de gran valor. Algunos se pueden encontrar aquí en Egipto; reciben el nombre de tefilín de Rab Calabri y se venden muy caros".

El hogar de Rab Yosef era un imán para los jajamim que pasaban por el lugar. Invitaba a todos a su casa que estaba llena de Torá y de irat shamáim. En 5301 (1541), uno de los grandes dirigentes de la generación, Rab Jaim Ashkenazí, fue su huésped y predijo que Rab Yosef se iría de Calabria, se instalaría en Tzefat y, dos años más tarde, sería padre de un hijo.

"Le pido que llame a su hijo Jaim, como yo. Este niño está destinado a ser muy grande en el futuro", profetizó. "Sobrepasará la grandeza de sus padres y será indiscutible dirigente de su generación".

Al oír las buenas noticias, Rab Yosef hizo el equipaje, salió de Calabria con su familia y radicó en Tzefat. Tal como Rab Jaim Ashkenazí había previsto, dos años más tarde, en 5303 (1543), nació su hijo Jaim.

El niño creció en Tzefat, que era una ciudad rica en gigantes de espíritu y sabiduría. Adquirió conocimientos sobre la Torá revelada de Rab Moshé Alshij. Aprendió ampliamente shas y poskim y se convirtió en un brillante talmid jajam.

Ya en su juventud era famoso. A los catorce años, los eruditos más importantes de Tzefat lo consideraban ya una "lumbrera". Se dice que en 5317 (1557), Rab Yosef Caro instó al Alshij a que hiciera los mayores esfuerzos por enseñar a Rab Jaim. Reveló que el ángel maguid le había dicho que Rab Jaim heredaría algún día la posición del propio Rab Moshé. Más aún, el mundo existía sólo gracias al mérito de dos tzadikim, Rab Yosef y su hijo Rab Jaim Vital.4

Rab Jaim recibió el título de rabino y de dayán de su maestro Rab Moshé Alshij, el 20 de Elul de 5350 (1590).
Rab Jaim y el Arizal se encontraron por primera vez en 5331 (1571). En el corto lapso de un año y diez meses, el primero logró adquirir los conocimientos de su maestro. Los jajamim de su época quedaron asombrados y lo consideraban un portento.5
La sed que tenía Rab Jaim de la sabiduría de su maestro, era insaciable. Cuando el Arizal terminaba de estudiar con él, Rab

Jaim le rogaba que continuara. Rab Jaim utilizaba al máximo los talentos que le había otorgado. Estaba bendecido con un alma sublime, adecuada por naturaleza para el estudio de la sabiduría oculta.

Pero había otro factor que lo ayudó a adquirir las enseñanzas del Arizal de forma extraordinaria en un período tan corto de tiempo. Rab Jaim mismo lo describe:
"Cuando fui con mi maestro para estudiar esta rama del conocimiento, me llevó al Kinéret en Tiberíades en una barca. Cuando estábamos frente a las ventanas de la sinagoga, me miró y dijo: "Ahora podrás absorber este conocimiento, porque has bebido del pozo de la profetisa Miriam". 

A partir de entonces pude adquirir este conocimiento". (El Midrash nos dice que el pozo de Miriam, que siguió a los judíos durante su deambular por el desierto, llegó hasta el lago de Tiberíades y se hundió en él. La tradición asegura que al que beba de sus aguas, se le recompensará con una capacidad para alcanzar logros sublimes).

En cierta ocasión, el Arizal reveló a Rab Jaim que fue por él que había llegado a Tzefat, a fin de enseñarle lo que sabía. Y, a pesar de la reticencia inicial del Arizal a ser conocido, fue Rab Jaim el que difundió su fama entre los sabios de Tzefat, a raíz de lo cual se juntó el grupo de diez discípulos a quienes el Arizal explicaba el Zóhar.

Rab Jaim se convirtió en sucesor del Arizal tal como éste había pedido. Llevó los asuntos de la yeshibá durante los cinco años que siguieron a la muerte del maestro, pero en 5338 (1578) se fue de Tzefat y se instaló en Jerusalén. Una vez allí, pronunciaba una homilía pública todos los días de Shabat. Se le contaba entre los rabinos más prominentes de Jerusalén, tal como podemos comprobar en la introducción de Rab Shelomó Adani a Meléjet Shelomó sobre la Mishná:

"Me trajeron a la ciudad santa de Jerusalén, que sea reconstruida con rapidez. Siempre me agazapé a los pies de los sabios, pilares de la diáspora y de Jerusalén, tales como el cabalista perfecto y divino Rab Jaim Vital y Morenu Rab Betzalel Ashkenazí". 

                                        Una Rama Vigorosa

Los Luria eran una familia singular, que produjo muchos personajes de gran categoría a través de generaciones.
El primero en adoptar el sobrenombre de Luria fue un tal Rab Shimshón, que fue médico del rey de Francia.

Para demostrar su agradecimiento a Rab Shimshón que le había curado la dolencia que le aquejaba, el rey le dio una casa a las orillas del Loira, un río que atraviesa la provincia de Orleans; el médico judío tomó el nombre del río como propio.

Su nieto, que también se llamó Rab Shimshón Luria, fue ab bet din de Erfurt, y dirigió la yeshibá de la ciudad, donde estudiaban importantes eruditos.
Cuando Rab Shimshón murió, decidieron no diseminarse y continuar la yeshibá bajo la dirección de su viuda.
La rabanit Miriam era una de las mujeres más cultas e inteligentes que se han dado en los anales de la historia del pueblo judío.

Se dice que sabía tanta Torá y Talmud como cualquier gran rabino.
Los estudiantes colgaban una cortina a lo largo del bet midrash y la recatada rabanit se sentaba tras ella y, sin que nadie la viera, les daba profundas conferencias sobre Talmud y halajá.

La rabanit Miriam era también miembro de una familia ilustre. Su padre era Rab Shelomó Shapira, el ab bet din de Heilbrun. Rab Shelomó, a su vez, era nieto de Rab Matitiahu Trives, que fue ab bet din de París y rabino principal de los judíos franceses. El linaje de Rab Matitiahu se remontaba a Rabenu Yehudá bar Natán, el Ribán, yerno de Rashí.

También las generaciones posteriores aportaron grandes honores al apellido Luria.
Rab Yejiel Luria fue ab bet din de Brisk; su bisnieto fue el conocido Maharshal, Rab Shelomó Luria (que no hay que confundir con el padre del Arizal, llamado también Rab Shelomó Luria), que se hizo famoso por sus importantes tratados Jojmat Shelomó y Yam Shel Shelomó sobre el Talmud.

Otro descendiente distinguido de Rab Yejiel Luria fue Rab Yosef, mejor conocido como Rab Yoselman de Rosheim, el famoso shtadlán (mediador) que intervino ante los oficiales del gobierno a favor del judaísmo alemán. Rab Yoselman defendió a sus correligionarios y logró evitarles muchos decretos hostiles, así como mucho sufrimiento.

El padre del Arizal, Rab Shelomó, descendía también, muy probablemente, de Rab Yejiel Luria de Brisk (Lituania), porque ésa es la ciudad donde se crió.
Pero no se sabe exactamente cuál era su linaje.


                                      Ashkenazí.

Cuando Solimán el Magnífico conquistó Jerusalén en 5277 (1517), la comunidad judía de la ciudad comprendía unos seiscientos miembros.
Muy pocos de ellos podían vanagloriarse de que sus familias llevaran varias generaciones residiendo en ella. La mayoría eran recién llegados de España y de Italia; unos pocos habían llegado de Alemania.
Toda la comunidad vivía de la caridad. El generoso filántropo Rab Itzjak Sholal se preocupaba de ella, enviando dinero desde Egipto. También llegaban fondos de las comunidades judías de Turquía.

Ese era el yishub que Rab Klonimus y sus discípulos encontraron al llegar a la Ciudad Santa.
Lo
s residentes de Alemania se alegraron enormemente de su llegada e inmediatamente lo nombraron su rabino.


¿Qué llevó a Rab Klonimus de Brisk, en Lituania, a Jerusalén? En todo el país era famoso por su conocimiento de Torá revelada y oculta, y había sido ab bet din de Brisk.
Antes de eso, había ocupado el mismo cargo en la distinguida comunidad de Ostrow y había tenido muchos alumnos que acudían a él desde todos los puntos del país.
Pero cuando su hija contrajo matrimonio con el Maharshal, abandonó el puesto a favor de su yerno y se trasladó a Brisk.

También en esa ciudad se hizo de muchos alumnos, entre otros Rab Shelomó Luria, el padre del Arizal.

En el año 5289 (1529) soplaron malos vientos para los judíos de Lituania. Se pusieron en vigor impuestos nuevos y, aunque los judíos eran una pequeña minoría en el país, su contribución al fisco suponía la cuarta parte de los ingresos fiscales del gobierno.

Todavía estaban luchando y suspirando bajo el peso de los impuestos, cuando cayó sobre ellos un nuevo infortunio.
En esa época, las autoridades prohibían estrictamente a los gentiles convertirse al judaísmo. A pesar de eso, algunos veían la luz y la verdad de la Torá convirtiéndose al judaísmo en secreto y yéndose del país.

Las autoridades sospechaban que los judíos de Lituania proporcionaban refugio y ayuda a esos conversos.
Sigmund, duque de Lituania, no podía tolerar que algo así sucediera en sus tierras y dio orden a los miembros de la aristocracia de que investigaran el asunto.

Aquellos individuos corruptos no necesitaron más. Empezaron a perseguir a los judíos y a atormentarlos. Muchos judíos se ganaban la vida como vendedores ambulantes.

Los señores locales los detenían muy a menudo cuando iban en el camino y los acusaban de ocultar y ayudar a los cristianos convertidos al judaísmo. Los vendedores proclamaban su inocencia, pero todo era en vano y tenían que comprar su libertad pagando cuantiosos sobornos. La nobleza enviaba a sus servidores a allanar las casas de los judíos para buscar en ellas a conversos ocultos.
Incluso cuando no encontraban a nadie, aprovechaban para sacar dinero a los judíos con amenazas.

A los judíos les daba miedo ir por las carreteras. Se encerraron en sus casas y descuidaron sus negocios, empobreciéndose cada día más. Pero incluso en sus hogares tenían que sufrir amenazas y extorsiones.
La vida se había vuelto insufrible y muchos judíos querían irse del país.

De Tierra Santa, por otra parte, venían buenas noticias.
Jerusalén estaba ahora en manos del benévolo gobernante del Imperio Otomano, que permitía a la comunidad judía desarrollarse y florecer.

Fue en esos días turbulentos cuando el anciano Rab Klonimus decidió dejar Lituania.
A pesar de su avanzada edad, prefirió abandonar la honrosa posición que gozaba y viajar a Jerusalén.
“Nada estimula la mente como el aire de Eretz Israel”, pensó.
“No hay estudio de Torá que pueda compararse con el estudio de la Torá en Eretz Israel; no hay santidad comparable a la santidad de Jerusalén.
Quiero vivir allí, cerca del Muro Occidental, la reliquia de nuestro Mikdash.
En el lugar donde se ha quedado la Shejiná podré rezar ante mi Creador con todo mi corazón, con fervor y devoción”.

Cuando sus talmidim, que lo apreciaban intensamente, se enteraron del plan, decidieron unirse a él.
Rab Shelomó Luria fue uno de ellos.
Se despidió de su familia con lágrimas en los ojos, sabiendo que era la última vez que la veía.
Aunque el viaje a Eretz Israel era largo, azaroso y lleno de peligros, no se desanimó. Estaba decidido a seguir a su maestro donde fuera, sobre todo a la amada tierra de los patriarcas.

Cuando llegaron, encontraron una comunidad pequeña y pobre. Pero cada uno de sus miembros era un sabio devoto y piadoso.
A pesar de su gran pobreza, parecían contentos y felices con su suerte.

En aquella época había tan pocos ashkenazíes en Jerusalén, que a cada nuevo inmigrante que llegaba se le añadía a su nombre la palabra ashkenazí.
Rab Shelomó Luria se convirtió así en Rab Shelomó Luria Ashkenazí.


N. Tz. Safrai
FUENTE: www.tora.org.ar

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