Los UNIVERSOS
Olamot /
Universos espirituales
Hemos visto ya que los Maestros de la Kabalá
hablan de cinco niveles de universos.
Estos representan un orden descendente de revelación que culmina en el
ocultamiento casi total de la luz del Creador en el mundo físico.
Es este ocultamiento lo que permite la posibilidad de que exista un
orden continuo de mundos separados y distintos entre sí. En este sentido, todos
los universos fueron creados como vehículos a través de los cuales el ser humano
puede acercarse al Creador. Actúan como filtros o interfaces, permitiéndonos
hacercarnos a Él sin por ello desvanecernos a causa de Su luz infinita.
Esta es la razón por la cual en hebreo la palabra Olam que significa “universo”, se deriva de la
misma raíz que el verbo alam , que significa “ocultar”. De esta relación etimológica podemos comprobar que el
Olam/Universo actúa como factor de ocultamiento. Por ello,
cuando afirmamos que el Creador es Mélej haOlam, Rey del Universo, queremos decir
que Él es el Rey que se oculta a sí mismo en el mundo que creó.
En un sentido similar, se puede decir que los universos actúan como
“vestimentas” para la luz de Hashem. Es por ello que al describir el acto de la
Creación, el Salmista dice: “Te has revestido de majestad y esplendor; te has
recubierto de luz como una vestimenta” (Tehilim 104:3-4). Una vestimenta sirve
para dos propósitos simultáneos: ocultar y revelar. En relación con Hashem, el
concepto de “vestimenta” esconde Su verdadera esencia, pero también la atenúa
para que pueda ser revelada.
El Zóhar explica que los mundos trascendentales
se asemejan a una escalera en la que cada nivel inferior está situado debajo
del que lo precede. Además, los
universos superiores también se introducen dentro de los inferiores, de esta
forma “vistiéndose” con el ropaje de estos últimos. Por ello, los niveles más
profundos e internos son también los más elevados y trascendentes. Y por encima
de todos está el Creador, cuya esencia es trascendente en un sentido absoluto y
“rodea a todos los mundos”. Y al mismo tiempo, también reside en el nivel más
profundo de la esencia de la realidad entera, “vistiéndose” dentro de ella.
El plan maestro
Los cinco universos con frecuencia son descritos en términos de sus
realidades paralelas en el nivel humano. La voluntad y el deseo más profundos
del hombre se corresponden con el universo de Adam
Kadmón. El nivel de mente pre-conceptual o indiferenciada se corresponde con Atzilut. El proceso del pensamiento se
corresponde con el universo de Beriyá. El habla y la
comunicación se corresponden con Yetzirá. Finalmente, la
acción concreta se corresponde con el universo de Asiyá.
Los cinco
universos y su paralelo con las facultades humanas
Con el fin de ilustrar este concepto, imaginemos que un arquitecto
planea construir un enorme conjunto de edificios. Primero tiene que decidir qué
clase de edificios cumplirán con el objetivo que se propone. Luego diseña un
plano general, analizando de qué manera cada edificio cumplirá mejor su
propósito específico en relación con los demás. Luego da las órdenes a los
albañiles para que inicien la construcción.
En esta analogía, el nivel de Adam Kadmón está representado por la
decisión del arquitecto, quien tiene que saber con claridad qué es lo que desea
construir antes de comenzar a planear. El nivel de Atzilut se correspondería
con el plan y el diseño general del proyecto. Hasta este punto, en su mente se
ha formado una idea completa que puede ser representada gráficamente dibujando
símbolos técnicos abstractos sobre el papel. No obstante, el arquitecto todavía
está lejos de llegar al producto terminado. Se puede decir que estas primeras
dos etapas todavía ocurrieron “en su oficina”, antes de comenzar la construcción
física. Lo que necesita ahora es traducir esos símbolos abstractos en detalles
de la realidad práctica.
En el sitio donde será erigido el conjunto de edificios, la labor del
arquitecto primero consiste en reflexionar (nivel de Beriyá) acerca de la mejor
manera de implementar el plan general, y luego transmitir verbalmente (nivel de
Yetzirá) las instrucciones necesarias a los trabajadores. Finalmente está la
acción (nivel de Asiyá), que permite hacer las cosas, completando así el
propósito inicial del arquitecto.
Si llevamos este ejemplo un poco más adelante, vemos que el mismo
proceso aplica a cualquier otra actividad con propósito. Cuando un individuo
decide en primera instancia llevar a cabo algo, sus procesos mentales casi
automáticamente activan impulsos nerviosos en su cerebro que luego viajan a
través de su cuerpo, hasta que finalmente sus músculos “obedecen” las
instrucciones de su cerebro y realizan la acción deseada.
Aquí vemos ejemplificados los niveles ocultos de la volición
(voluntad) y el pensamiento indiferenciado, los cuales se expresan a través de
la actividad mental consciente, la veloz red de comunicaciones del sistema
nervioso y, finalmente, la culminación de todo el proceso en la acción
concreta. Cada nivel constituye una etapa cada vez más concreta del nivel
precedente, y a su vez, se convierte en la fuerza motivadora que activa al
nivel siguiente. Este es el significado
de la enseñanza del Zóhar de que los niveles superiores se “revisten” bajo los
ropajes de los niveles inferiores. Esto quiere decir que casi podemos
percibir la presencia de la voluntad profunda y el propósito último en la
acción concretada. Además, también podemos comprobar que así como en una
semilla se halla codificado ya el plan general de todo el árbol, así también en
la acción llevada a cabo existe ya, en potencia y sutilmente, la voluntad
primordial que le dio origen. Este es el trasfondo del significado de la frase:
“La acción completada se halla en el primer pensamiento”.
Adam Kadmón
Uno de los axiomas básicos de la Kabalá es que en realidad nada puede
ser dicho sobre el Creador mismo. Es por esta razón que el Creador es descrito
como Ein Sof, expresión que literalmente significa “el Ser que no tiene fin ni
límites”. El Creador es infinito y, por lo mismo, indefinible e indescriptible.
Él es el Ser ilimitado, la Existencia pura antes del acto de la Creación, la
cual sigue incluso después de ésta. Incluso en términos puramente conceptuales,
no hay categoría alguna en la realidad que pueda definir al Creador. A esto se
refiere la obra Tikuné Zóhar, cuando afirma: “Ningún pensamiento puede
captarlo”.
Así pues, en el nivel de Ein Sof nada más existe. Cualquier concepto y
categoría relacionada con la existencia debe ser creada de la nada. La voluntad
primordial de crear es la primera de estas categorías. Según los Maestros de la
Kabalá, el nivel de Adam Kadmón se refiere a la idea profunda de que la
Voluntad del Creador es lo que constituye el fundamento subyacente a cualquier
creación subsiguiente.
Puesto que ninguna cualidad puede ser atribuida a Ein Sof, de eso se infiere
que si Hashem posee o ejerce una “voluntad”, necesariamente tuvo que haberla
creado. Por ello, el Zóhar explícitamente afirma que el Creador no posee
“voluntad” en un sentido antropomórfico.’ Hasta el nivel de definición que
podamos expresar, hay que decir que, con el fin de crear el universo, Hashem
primero tuvo que “querer” la existencia del concepto de “creación”. Y para
lograr esto, tuvo que crear el concepto de “voluntad”. Esto, obviamente,
desemboca en una paradoja última, ya que si Hashem decide crear la “voluntad”,
esto ya presupone un acto de voluntad. Esto significa que retroceder hacia Ein
Sof, es decir, hasta Hashem mismo, implica necesariamente una regresión
infinita.
Es por eso que el nivel de Adam Kadmón actúa como interfaz entre el
Creador infinito y la Creación finita. En cuanto tal, constituye una dimensión
que está casi completamente fusionada con la luz divina que fluye hacia ella y,
por ello, en sentido estricto, no puede ni siquiera ser llamado “universo”
(Olam). Es por esta razón que se corresponde con el ápice de la letra yod del
Tetragrama y el nivel de Yejidá, Esencia Singular. Es tan sublime que podría
ser descrita como si estuviera completamente adherida a, y unificada con, el
Ein Sof infinito.”
Es debido a esta “proximidad” con Ein Sof que el nivel de Adam Kadmón
es también referido como Ein, la Nada. Esto no se refiere a un concepto de
“Nada” que implica una falta de existencia. En la dimensión de Ein no hay
deficiencia alguna; antes bien, hay una plenitud cuya experiencia directa está
más allá de la capacidad de cualquier ser creado. Es descrita como “Nada” a
causa de la falta de categorías en la mente humana para definirla. Ein es, así,
sólo “Nada” respecto de nosotros. Es la “nada” de aquello que es inefable y
oculto. Es definida como “nada” solamente porque alude a una realidad mucho más
sutil y abstracta que el “algo” material de la Creación. En forma similar al
Creador, en última instancia es insondable y está más allá de nuestra capacidad
de comprensión.
Por otro lado, la Creación es un sistema que está permeado en su
totalidad por la voluntad de Hashem. No sólo eso, sino que la Creación continúa
existiendo solamente porque Hashem desea que siga siendo así. Dado que el
Creador existe en un sentido absoluto, todo lo demás existe solamente porque Él
continuamente desea su existencia. Un arquitecto humano puede diseñar y
construir un edificio, y luego olvidarse de él. Pero el mundo del Creador es
mucho más que eso. Nada podría existir sin que Él constantemente desee que
exista. Sin eso, desaparecía completamente de la existencia.”
Finalmente, Adam Kadmón alude al propósito último de la Creación. El
nombre mismo es una expresión antropomórfica que literalmente significa “Hombre
Primordial”. Los Maestros de la Kabalá explican al respecto que esto alude al
hecho de que el primer elemento en la Creación fue el pensamiento de Adam, la
Humanidad. Aunque el ser humano fue el último ser creado en el orden externo y
material de la Creación, el pensamiento del hombre precedió a la Creación. Él es
la intención y el propósito original por el cual fue edificada toda la
estructura de la Creación. Es por esta razón que el pensamiento del hombre es
llamado Kadmón, primordial. Así, la primera manifestación del propósito del
Creador es llamada Adam Kadmón porque alude a la voluntad primordial que
precedió a toda la Creación y apunta a su propósito último.
Atzilut
El nivel que sigue a Adam Kadmón, que por ello mismo está más alejado
de Ein Sof, es la dimensión de Atzilut. Esta dimensión recibe su existencia a
través de Adam Kadmón, sólo que en menor medida. La misma luz que se manifiesta
en la dimensión de Adam Kadmón también se manifiesta en Atzilut, sólo que con
menor intensidad. No obstante, Atzilut sigue estando en tan estrecha proximidad
a Eín Sof que queda absorbida completamente dentro de lo Divino. Por esta razón
Atzilut es también descrita en cierto sentido como Ein, la Nada. Es la Nada que
está más allá de los límites de la comprensión humana.
Es muy difícil explicar el concepto de Atzilut. Puede ser definido
como el aspecto de realidad que sólo existe a nivel potencial. Nosotros
existimos dentro del tiempo, y por ello los parámetros de nuestros pensamientos
sólo existen dentro del tiempo mismo. Es por ello que las únicas cosas que son
reales para nosotros son aquellas que existen al mismo tiempo que nosotros.
Nuestros pensamientos existen dentro de nuestra mente en tiempo presente.
Alguien que va a nacer dentro de mil años no existe para nosotros, ya que toda
nuestra existencia y todo nuestro proceso de pensamiento sólo tienen lugar
dentro del tiempo. No obstante, para un
Ser Divino que existe más allá del tiempo, sí pueden coexistir el presente y el
pasado al mismo tiempo. Pero como esta realidad no está en
el presente, no existe para nosotros.
La expresión Atzilut [אצילות] se deriva de la raíz etzel [אצל], que
significa “cercanía”. Esto se debe a que en relación con todo lo que le sigue
después, la dimensión de Atzilut es la más cercana al Ser Absoluto, y por tanto
representa el grado de intimidad más profundo con Él. Atzilut se corresponde
con el ápice de la letra yod del Tetragrama, así como con el nivel de Jayá,
Esencia Viviente. En este sentido, constituye la esencia de la existencia que
el Creador quiso otorgar a Su Creación.
Atzilut es también la dimensión donde surgen las sefirot. Aquí de
nuevo tenemos la Voluntad del Creador seguida por Su Sabiduría [Jojmá],
Inteligencia [Biná], Amor [Jésed], Retención [Gueburá], etc. Todos estos
términos se refieren a diversos conceptos, cualidades y atributos que el
Creador utiliza con el fin de crear y dirigir Su universo. Como tales,
constituyen los ingredientes básicos de la Creación. No obstante, en la
dimensión de Atzilut estos conceptos básicos o axiomas todavía están en un
estado indiferenciado. Es por esto que el Séfer Yetzirá se refiere a ellos como
las “diez sefirot inefables” o las “diez sefirot de Nada”. Es sólo cuando se
“visten” con el ropaje de las dimensiones inferiores que pueden ser concebidos
como fuerzas distintas entre sí.
Beriyá
La dimensión de Beriyá, Creación, está en el nivel inferior que sigue
a Atzilut, y recibe su existencia a través de ésta última dimensión. Es en
Beriyá que los efectos del Tzimtzum, la contracción inicial de la luz divina,
comienza a manifestarse. Mientras que Adam Kadmón y Atzilut son considerados
ambos parte del Yijud, la Unidad trascendental, la dimensión de Beriyá
constituye el primer nivel de Perud, el estado de existencia separada e
independiente.
La palabra Beriyá [בריאה] se deriva de la raíz hebrea hará [ברא], que
significa “crear”, y está relacionada con la raíz aramea bar [בר], que
significa “afuera” o “externo”.” Es por esto que el concepto de Beriyá denota
crear algo nuevo y distinto completamente de la nada, una creación ex nihilo.
En hebreo, el concepto de ex nihilo es yesh me'ain [יש מאין], frase que
literalmente significa “algo de la nada”. Respecto de Atzilut, que es definida
como “Nada” e “Inefable”, la dimensión de Beriyá es distinta de lo Divino y se
encuentra fuera de él. Beriyá también se corresponde con la primera letra he
del Tetragrama, que es “la mano que define a la existencia y la hace accesible”.
Es por ello que es a partir de este nivel que comenzamos a relacionarnos con el
Creador como entidades independientes.
Es en la dimensión de Beriyá que se origina el nivel de Neshamá. En
este sentido, la Neshamá representa un cierto grado de separación del Creador.
Al mismo tiempo, el nivel de Neshamá también implica una conciencia íntima de
lo Divino. Ya hemos explicado que en el nivel de Jayá no existe la
individualidad. Es la Nada (Ein) que nuestra mente es incapaz de captar. En
cambio, Neshamá constituye el inicio de Algo (Yesh) y, por lo tanto, de la
existencia independiente. No obstante, se trata de un Yesh que es consciente
de, y se une a, el nivel de Ein que lo precede.
Beriya es también llamada “el Universo del Trono” (Olam haKisé). En
términos generales, cuando se refiere al Creador, el concepto de “trono”
con-nota la idea de descenso.” Cuando una persona se sienta, lo que hace es
hacer que su cuerpo descienda. En un sentido similar, cuando simbólicamente
decimos que Hashem se “sienta” en Su trono, queremos decir que Él hace que Su
esencia descienda de nivel con el fin de cuidar a Su Creación. Como veremos más
adelante, cuando la Biblia habla del Trono de Hashem, se está refiriendo al
vehículo a través del cual Él expresa ese cuidado. Este vehículo es la
dimensión de Beriyá.
Yetzirá
La palabra Yetzirá se deriva de la raíz yatzar , que significa
“formar”. El concepto de Yetzirá se refiere, pues, a la formación de algo a
partir de una sustancia que ya existe. En hebreo, esto se dice yesh me'yesh “algo
de algo”.
Yetzirá constituye la dimensión de Rúaj, y se corresponde con el mundo
angélico de fuerzas espirituales, situado justo más allá de nuestro universo
físico. Hablando de la creación de Olamot, las dimensiones existenciales, a
través del profeta Yeshayá (Isaías), Hashem dice: “Yo formo [Yotzer] la luz y
creo [boré] la oscuridad” (Yeshayá 45:7). Aquí podemos comprobar que la idea de
crear se refiere a generar “algo de la nada”, mientras que formar se relaciona
con el proceso de modificar “algo a partir de algo”. Respecto del Creador, la
oscuridad es una realidad completamente nueva que no tiene relación alguna con
Él, y por esto se dice que es creada, es decir, que constituye “algo de la
nada”. La luz, en cambio, emana de la esencia misma del Creador, y por ello es
definida como formada, es decir, “algo a partir de algo” preexistente.
En términos generales, se considera que el pensamiento se halla en el
nivel de Beriyá/Creación, ya que el pensamiento es una fenómeno que se origina
de la nada. En cambio, el habla procede del pensamiento y en cuanto tal
constituye un fenómeno que surge a partir de algo ya dado. Por esta razón, se
considera que se halla en el nivel de Yetzirá/ Formación. Cuando el profeta
Yeshayá dice que Hashem “forma la luz”, esta afirmación es paralela al
versículo en Bereshit 1:3, donde la Torá relata: “Hashem dijo: Sea la luz”. Ahí
la frase “Hashem dijo” alude a la dimensión de Yetzirá/Formación, que es el
nivel del habla.
Sin embargo, en ningún lugar del relato de la Creación la Toráh nos
dice que Hashem haya dicho “Sea la oscuridad”. Ello implica que la oscuridad no
se relaciona con el nivel del habla, sino sólo con el del pensamiento, que es
el de Beriyá/Creación. Es por eso que la Toráh simplemente dice: “Y la
oscuridad estaba sobre la superficie del abismo” (Bereshít 1:2), sin mencionar
que Hashem “habló” o “dijo”.
Asiyá
La palabra Asiyá se deriva de la raíz asá , que significa “hacer”. Es
por ello que la dimensión de Asiyá connota la idea de acción final y culminación.
Se corresponde con el nivel de Néfesh, y representa la conciencia del mundo
como un recipiente hecho con el fin de recibir la luz del Creador. Es en el
universo de Asiyá que la dimensión espiritual realmente interactúa con la
dimensión física, haciendo que el conjunto de los cinco universos llegue al
punto de culminación para el que fue creado.
El enunciado completo que el profeta Yeshayá expresa respecto de la
creación por parte de Hashem de los Olamot es: “Yo formo [Yotzer] la luz y creo
la oscuridad; Yo hago [osé] la paz y creo [boré] el mal” (Yeshayá 45:7). El
acto de “creación” generalmente se refiere a la primera etapa de un proceso
creativo, en la cual se genera “algo de la nada”. En cambio, “hacer” se refiere
al hecho de llevar un proceso a su culminación.
Es por esta razón que la Escritura dice que Hashem “crea el mal”,
relacionando así este concepto con el de “crear la oscuridad”. Al igual que la
oscuridad que consiste en la restricción y contracción de la luz, la
posibilidad del mal tuvo que haber sido creada “de la nada”. Antes del Tzimtzum
(contracción), lo único que existía era la luz del Ser Infinito. No obstante,
la infinitud misma del Creador excluye por definición la existencia de
cualquier ente capaz de recibir la esencia de vida que Él le quiere dar. Por
eso era necesario “crear” algo completamente diferente y opuesto a Él. A esto
se refiere el concepto de contracción de luz divina, que en el versículo es
descrito como “oscuridad” y “mal”. La Oscuridad (es decir, la contracción) permite
la existencia de un mundo finito donde la Presencia del Creador sea
completamente indetectable y, además, tanto el bien como el mal puedan actuar
libremente. A su vez, esto allana el camino para la existencia de un ser creado
opuesto a Hashem y alejado de Él, quien entonces puede ya asemejarse a Él
escogiendo libremente la “luz” en vez de la “oscuridad”, el “bien” en vez del
“mal”. De hecho, el mal tiene como único objetivo ser transformado por el
hombre por medio del acto de elegir el bien. Es a través de esta lucha que el
hombre llega a alcanzar Shalom, la armonía existencial, unificando así tanto a
él mismo como a toda la Creación, con el Ser Infinito.”
La visión del profeta Yeshayá
Otro versículo del libro de Yeshayá menciona todas las cinco
dimensiones y nos proporciona la clave para comprender la visión de la Kabalá
sobre el universo. En él, el Creador afirma: “Todo fue llamado [a la
existencia] en aras de Mi Nombre. Por Mi Gloria Yo lo he creado, Yo lo he
formado y Yo lo he finalizado” (Yeshayá 43:7). Aquí de nuevo, la Escritura
enfatiza el hecho de que el proceso creativo comienza en el nivel más elevado
del Propósito último de Hashem y culmina en la realización final de ese
Propósito en el mundo físico.
En ese versículo se menciona los cinco niveles: Mi Nombre, Mi Gloria,
Creación, Formación y Finalización. Cinco niveles: Estas descripciones se
corresponden con las cinco dimensiones. “Mi Nombre” se relaciona con la
dimensión de Adam Kadmón, y “Mi Gloria” con la dimensión de Atzilut. Luego, el
versículo concluye con la mención explícita de los siguientes tres niveles:
Creación [Beriyá], Formación [Yetzirá] y Finalización [Asiyá].
Como ya se mencionó, las cuatro dimensiones inferiores se corresponden
paralelamente con las cuatro letras del Tetragrama – YHVH], el cual representa a la existencia en su
totalidad. El ápice [kotz] que inicia el trazo de la primera letra, la yod,
constituye la base subyacente a todo el Nombre Inefable. Este ápice se
corresponde con la primera y más elevada dimensión, Adam Kadmón, la cual
representa la Voluntad de Hashem; ésta precedió a la Creación, la imbuye con su
presencia y alude a su propósito último. Es por eso que el profeta Yeshayá se
refiere a este nivel con el apelativo global de “Mi Nombre”.
La dimensión que le sigue, Atzilut (Cercanía), es designada como “Mi
Gloria”. Como se indicó antes, Atzilut es la dimensión donde se configuran las
“diez sefirot inefables. La expresión “Gloria” [Kabod] siempre se refiere a
Atzilut, especialmente a la última sefirá de Atzilut, que es Maljut, Hegemonía.
La dimensión de Atzilut constituye también el objeto de toda la profecía. La
revelación de la Voluntad del Creador, que es la dimensión de Adam Kadmón,
siempre ocurre a través de la visión profética de la dimensión de Atzilut. Es
por ello que, como veremos más adelante, todos los profetas enfatizan que
contemplaron una visión de la “Gloria” del Creador.
Debajo de Atzilut se halla Beriyá, que es la dimensión del Trono
[Kisé] de Hashem. El Arizal explica que la profecía de Yeshayá tuvo lugar en la
dimensión de Beriyá. Para él, la luz de Atzilut estaba completamente vestida
con el ropaje de Beriyá, que es la dimensión del Trono de Gloria [Kisé
hakabod]. Es por esta razón que el profeta Yeshayá se describe a sí mismo
contemplando a Hashem “sentado en un Trono elevado y exaltado” (ibíd. 6:11).
Luego prosigue describiendo a los Serafim, los Ángeles Ardientes del universo
de Beriyá: “Los Serafim estaban parados alrededor de Él. Cada uno tenía seis
alas: dos para cubrir Su rostro, dos para cubrir Sus pies y dos para volar. Y
se llamaban unos a otros, para decir: ¡Santo, Santo, Santo es el Eterno, Amo de
Legiones! La Tierra entera está llena con Su Gloria” (ibíd. 6:2-3).
El concepto de “alas para cubrir” significa que las fuerzas angélicas
de la dimensión de Beriyá ocultan cubriendo el Trono de Gloria, impidiendo que
se revele completamente. A esto se le conoce como “Atzilut revestido de
Beriyá”. Si la luz poderosa de Atzilut se manifestara directamente, el profeta
sería totalmente avasallado por ella. No obstante, por medio de este
ocultamiento, la luz de Atzilut llena el universo entero y prodiga la
existencia a todos los seres. Este es el significado de la frase “La Tierra
entera está llena con Su Gloria”.
La profecía
Como ya se ha señalado acerca del profeta Yeshayá, los profetas
bíblicos alcanzaron los máximos niveles de la Inspiración Divina. Fueron
capaces de ascender hasta la dimensión espiritual profunda a través de los
niveles del alma, subiendo así los peldaños de la escalera que conduce a la
comunión íntima con lo Divino. A ellos también se les mostró de qué modo el
Propósito Divino guía a la Creación hacia su destino final.”
Cuando Moshé estuvo en el Monte Sinaí, alcanzó el más alto nivel de
profecía posible. Ahí le pidió a Hashem: “Muéstrame por favor Tu Gloria”
(Shemot 33:18). Hashem le respondió que una percepción tal está más allá del
alcance de cualquier mortal: ‘No puedes ver Mi Rostro, ya que ningún ser humano
puede yerme y vivir” (ibíd. 33:20).
Al respecto, el Arizal explica que la petición de Moshé se refería a
una visión directa de la dimensión de Atzilut. Incluso un profeta tan grande
como Moshé era incapaz de soportar la revelación de lo Divino en ese nivel. No
obstante, Hashem dijo a Moshé que existía una forma de llegar a Atzilut sin
anularse completamente: “Cuando Mi Gloria pase, Yo te pondré en una hendidura
de la roca, protegiéndote con Mi mano hasta que Yo pase. Luego quitaré Mi mano
y podrás ver Mi espalda. Pero Mi Rostro no será visto” (ibíd. 33:22-23).
Ahora bien, incluso tratándose de Moshé, la Gloria del Creador sólo
podría ser revelada en la medida en que él fuera capaz de soportarla. Él era
incapaz de experimentar la Gloria Divina directamente; sólo podía percibirla
como una imagen reflejada a través de un espejo transparente y nítido. A esto
se refiere el concepto de la “mano” y la “espalda” de Hashem, ambos niveles que
Moshé sí fue capaz de percibir. Por ello, el Arizal explica que Moshé llegó a
percibir el nivel de Atzilut, pero sólo indirectamente, tal como es reflejado
en la dimensión de Beriyá.
Desde esta perspectiva, a Moshé le fue mostrado el modo en que las
distintas dimensiones de la realidad actúan como vehículos del propósito último
de Hashem y la manera en que este propósito guía y dirige todas las fuerzas de
la historia para hacer que la totalidad de la Creación llegue a su objetivo
final. En este sentido, Moshé alcanzó el máximo nivel de inspiración divina que
cualquier profeta haya experimentado. Una vez alcanzado este nivel de
percepción, ya era posible transmitir su conocimiento a otros. Esto se refiere
a la estructura básica y la dinámica de las dimensiones espirituales, así como
a las técnicas proféticas necesarias para acceder a la dimensión espiritual.
Este conocimiento fue expresado concretamente en la estructura del Mishkán, el
Santuario en el desierto, así como en el Bet haMikdash, el Templo en
Yerushaláim (Jerusalén), los cuales fueron construidos con base en el modelo de
los universos trascendentales y, además, sirvieron de punto focal para toda la
experiencia profética.” El Mishkán fue construido bajo la supervisión personal
de Moshé, inmediatamente después de su descenso del Monte Sinaí.”
La visión del profeta Yejezkel
Otra fuente bíblica que alude específicamente a la visión de las
cuatro dimensiones inferiores es el primer capítulo del profeta Yejezkel
(Ezequiel). Él profetizó en Babel (Babilonia) justo antes de la destrucción del
primer Templo en Yerushaláim. Su profecía tenía un nivel menor al de Moshé y de
Yeshayá, pero precisamente por esta misma razón es mucho más detallada.”
Como ya señalamos, la percepción profética de Moshé fue la de Atzilut
tal como se refleja en la dimensión de Beriyá. Por su parte, el profeta Yeshayá
percibió la luz de Atzilut, pero completamente oculta dentro de Beriyá, la
dimensión del Trono de Gloria. En cuanto a Yejezkel, su visión de la dimensión
espiritual se hallaba situada más lejos todavía del nivel de Atzilut. Para él,
Atzilut no sólo estaba oculta dentro de Beriyá, sino que ésta misma estaba, a
su vez, oculta dentro de la dimensión de Yetzirá. Es por eso que Yejezkel tuvo
la visión de la Merkabá, el Vehículo Espiritual.
Los Maestros de la Kabalá enseñan que Yejezkel contempló las cuatro
dimensiones espirituales inferiores, pero el aspecto primario y más prominente
de su profecía se refería a los cuatro ángeles de Yetzirá, llamados Jayot. La
palabra Jayot literalmente significa “seres vivientes”, y hace referencia a un
tipo específico de ángeles relacionados particularmente con la Providencia
(Dirección Divina) del Creador.”
En un nivel inferior de su percepción profética, Yejezkel contempló
los Ofanim literalmente, los Ángeles Rodantes, entidades pertenecientes a la
dimensión de Asiyá. Sobre esto, Yejezkel dice: ‘Observé los Jayot, y he aquí
que un Ofán estaba en la tierra, cerca [debajo] de los Jayot” (Yejezkel 1:15).
Esto indica que la visión que Yejezkel tuvo de la dimensión de Asiyá era desde
la perspectiva superior de Yetzirá, mirando hacia abajo.
Yejezkel relata luego que alzó la mirada y observó un firmamento
encima de las cabezas de los Jayot. Al alzar más la mirada, describe así lo que
observó: “Encima del firmamento que estaba sobre sus cabezas, similar a la
visión del zafiro, había la forma de un Trono. Y sobre la forma del Trono,
había una forma como la visión de un Hombre, sobre el [Trono] desde arriba”
(ibíd. 1.26). Aquí se nos introduce a dos niveles nuevos, primero el del Trono
y luego el del Hombre encima del Trono. El Trono estaba en la dimensión de
Beriyá, una dimensión arriba de la posición en la que Yejezkel se hallaba. Es
por eso que el profeta lo describe vagamente como “la forma de un Trono”.
El profeta luego contempla al “Hombre” en el Trono. Esto se refiere a
la visión que Yejezkel tuvo de la estructura de sefirot en la dimensión de
Atzilut, dos niveles por encima de su punto de perspectiva. Es por esta razón
que lo describe en términos de “una forma como la visión de un Hombre’. En
hebreo, esta expresión se dice demut mar'é דמות מראה y se refiere a la visión
de una visión, el reflejo doble de una imagen. Al atisbar hacia la dimensión de
Atzilut, el profeta vio “la visión de la forma de la Gloria del Eterno; al
observarla, caí sobre mi rostro…” (ibíd. 1:28).
Con el fin de aclarar el significado del doble reflejo de la imagen,
podemos utilizar la analogía de un monitor de televisión. Es como si Yejezkel
hubiera observado a Beriyá a través de un monitor situado en Yetzirá. En la
pantalla del monitor en Beriyá, vio la imagen de otro monitor. A esto alude la
“forma como la visión [de un Hombre]”, que se refiere a Atzilut.
La dimensión espiritual de Atzilut es el universo de las sefirot. En
la visión de Yejezkel, el Hombre que estaba sobre el Trono representa la
configuración antropomórfica de las sefirot. El “Trono” se refiere al llamado
“Trono de Gloria” [Kisé haKabod], que es el medio a través del cual la intensa
luz espiritual de Atzilut se revela y presenta ante la mente del profeta.
En sí misma, la dimensión de Atzilut puede ser descrita como un rey
cuando se halla dentro de su alcoba privada. En tal situación, nadie puede
verlo. Es sólo cuando el rey desea hacerse accesible a sus súbditos que sale de
su alcoba y se sienta en su trono. En un sentido similar, nunca podemos percibir
las sefirot de Atzilut. Cuando están en su propia dimensión, son realidades
indiferenciadas que no existen como conceptos aparte. Tienen primero que
reflejarse y revestirse bajo el ropaje de Beriyá el universo del pensamiento
puro antes de que podamos siquiera concebirlas. Además, para que nosotros
podamos darles nombres y hablar de ellas, deben también reflejarse y revestirse
con el ropaje de Yetzirá, el universo del habla.
Jayot —Ángeles de Yetzirá
Hemos visto que la visión de Yejezkel ocurre en el nivel de Yetzirá, y
es por eso que su profecía comienza con una visión de los Jayot del nivel de
Yetzirá. Estos Jayot constituyen el “vehículo” que el profeta visualiza. Aunque
el concepto de “ángeles” se relaciona con los tres niveles de Beriyá, Yetzirá y
Asiyá en general, la dimensión de Yetzirá es descrita en términos particulares
como el universo de los ángeles.
La palabra en hebreo para “ángel” es malaj, expresión que literalmente
significa “mensajero”, y denota el concepto de transmisión. En el ejemplo dado
anteriormente, el arquitecto se quedaría en su oficina mientras sus mensajeros
entran y salen transmitiendo sus órdenes a los obreros de la construcción. La
dimensión a través de la cual los mensajeros viajan es el nivel del Yetzirá.
Es también por esta razón que Yetzirá es descrita como el “universo
del habla”. El Talmud afirma que “cada palabra que emana de Hashem crea un
ángel”. Esto significa que cada una de las palabras de Hashem es en realidad un
ángel, un mensajero. Por ello, cuando hablamos de la ‘palabra de Hashem”,
realmente estamos hablando de Su interacción con los mundos inferiores. La
fuerza que atraviesa la dimensión espiritual es lo que llamamos ángel. La zona
a través de la cual el mensaje es transmitido es Yetzirá, la dimensión del
“espacio espiritual”. Es por eso que el profeta Yejezkel dice: “Y los Jayot
corrían y regresaban como la visión del rayo” (ibíd. 1:14). Los Jayot realizan
la misma función que el habla, que consiste en establecer una comunicación a
través de la distancia y el espacio.
Hemos visto antes que el nivel de Rúaj se corresponde con la dimensión
de Yetzirá. La palabra Rúaj, que connota los diversos significados de
dirección, viento o espíritu, implica la idea de movimiento o transferencia a
través del espacio. Ahora podemos darnos cuenta de la necesidad de los tres
últimos niveles implicados aquí. La idea de dar instrucciones que se
corresponde con la dimensión de Beriyá y la idea de recibirlas relacionada con
Asiyá son dos nociones opuestas entre sí. En un sentido espiritual, esto
implica que hay una distancia entre las dos. Por ello, es necesario que una
entidad intermedia salve la brecha entre ambas realidades, entre Beriyá y
Asiyá. Los ángeles de Yetzirá cumplen esta función.
La Merkabá y los Querubim
La profecía de Yejezkel es descrita como Maasé Merkabá, la “Acción de
la Merkabá”, [מעשה מרכבה]. La tradición talmúdica explica que esta visión
profética constituye un paradigma de la experiencia profética en general. Ahora
bien, lo primero que debemos hacer es aclarar la expresión Maasé Merkabá,
utilizada para referirse a la visión profética de Yejezkel. La palabra Merkabá
que literalmente significa “vehículo” o “carroza”, no aparece por ningún lado
en todo el libro de Yejezkel, y su uso se ha prestado a confusión. A primera
vista, no parece haber conexión alguna entre esta visión y la idea de
“vehículo”.
Un lugar en la Biblia en la que hallamos esta expresión relacionada
con el contexto en cuestión es el versículo: “…y oro para la estructura de la
Merkabá, los Querubim…” (Dibré haYamim I, 28:18). Ahí, la palabra Merkabá
es utilizada para describir a los Querubim, las figuras de oro que
estaban sobre la tapa del Arca de la Alianza (Arón haBerit). En la época de los
profetas, el Templo en Yerushaláim constituía el punto focal de toda la
inspiración profética, especialmente los Querubim del Arca que estaban situadas
en el Kodesh haKodashim, el Lugar Santísimo. Al describir el Arca, Hashem dijo
a Moshé: “Yo me reuniré contigo y te hablaré por encima de la tapa [del Arca],
de en medio de los Querubim que están sobre el Arca del Testimonio” (Shemot
25:22).” Cada uno de los dos Querubim tenía la forma de un niño con alas, y
estaban uno frente al otro. Los Querubim estaban situados encima del Arca que
contenía las dos Tablas de piedra (Lujot haBerit) donde estaban grabados los
Diez Mandamientos, así como el rollo de pergamino donde Moshé escribió el texto
original de la Toráh que Hashem le dictó. Esto nos indica que la poderosa
fuerza espiritual de las Tablas y del rollo de la Toráh estaba concentrada
entre los dos Querubim. El espacio entre ambos también es concebido como una
puerta hacia la dimensión espiritual. Al concentrar sus pensamientos entre los
Querubim del Arca, un profeta era capaz de ingresar al estado de inspiración
profética.”
La visión del profeta Yejezkel tuvo lugar fuera de la Tierra de
Israel. Además, el Arca y los Querubim ya habían sido escondidos dentro de un
laberinto situado debajo del Monte del Templo en Yerushaláim. No obstante, lo
primero que Yejezkel contempló en su visión fueron los Jayot. Este hecho
constituye la clave para comprender el tema. Más tarde, en otro versículo, el
profeta Yejezkel identifica a los Jayot que contempló en su visión original con
estos Querubim: “Entonces los Querubim ascendieron; era la Jayá que yo había
visto…” (Ibíd. 10:15). Vemos así que el concepto de los Querubim representa el
vínculo con la Merkabá, el Vehículo espiritual.
La palabra (Merkabá, “carroza”) se deriva de la raíz (rajab), cuyo
significado básico es “cabalgar”. Esto sugiere que la relación que hay entre
los Querubim y la Merkabá también se relaciona con la idea expresada en el
versículo siguiente: “El Eterno cabalgó [רכב rajab] sobre un Querub [כרוב] y se
abalanzó sobre alas de Rúaj [espíritu]” (Tehilim 18:11). Esto adquiere un
significado especial si ponemos atención en el hecho de que las raíces de las
palabras מרכבה (Merkabá), (Querub) y רכב (rajab) comparten todas las mismas
letra. En el contexto de ese versículo, la idea de “cabalgar” se refiere a
viajar de un lado a otro, dejando así el lugar natural. Cuando la Biblia dice
que Hashem “cabalga” quiere decir que abandona Su estado natural en el que es
completamente incognoscible e inconcebible, con el fin de permitir ser
visualizado por los profetas. En este sentido, el concepto de Merkabá se
refiere al sistema cósmico integral a través del cual el Creador “deja Su
lugar” y se revela a quienes son dignos de ello.
El versículo dice también que Hashem “se abalanzó sobre alas de Rúaj”.
Al igual que en el versículo del profeta Yeshayá citado antes, aquí el concepto
de “alas” se refiere a aquello que recubre, queriendo decir que el Creador
recubre y oculta Su Gloria, con el fin de no revelarla completamente, ya que si
lo hiciera el profeta sería avasallado por su intensidad y quedaría ciego. El
medio espiritual a través del cual la visión profética es concedida al ser
humano es Rúaj, la dimensión del habla y la comunicación, que se corresponde
con el universo de Yetzirá.
Ofanim: Los Ángeles de Asiyá
La dimensión de Asiyá incluye el mundo físico y su contraparte
espiritual. “En el alma humana, Asiyá se corresponde con el nivel de Néfesh,
que es donde lo espiritual interactúa con lo físico. Los ángeles de Asiyá son
llamados Ofanim, palabra que literalmente significa “Ruedas”, y son los Ofanim
que el profeta Yejezkel observó debajo del Vehículo, la Merkabá.
Para entender esta correspondencia debemos primero analizar la función
que desempeñan las ruedas de un vehículo. Lo que esencialmente hacen es reducir
la fricción entre el vehículo y el suelo sobre el que se desplaza. Sin ruedas,
el vehículo se arrastraría pesadamente sobre el suelo, desgastándose a sí mismo
y, además, estropeando el suelo. Podemos decir entonces que las ruedas
desempeñan la función de actuar como interfaz entre el chasís del vehículo y el
suelo, con el fin de facilitar su relación.
En un sentido similar, los Ofanim, que son los ángeles de la dimensión
de Asiyá, actúan como interfaz entre lo espiritual y lo físico, facilitando así
que haya una relación entre ambos. En la visión del profeta Yejezkel de la
Merkabá, el Vehículo mismo es el universo de Yetzirá, la dimensión de
movimiento espiritual. Por su parte, los Ofanim de Asiyá representan la
interacción de la dimensión espiritual con el mundo físico.
En la visión de Yejezkel está escrito: “He aquí que había un Ofán en
la tierra (Yejezkel 1:15). El Talmud dice que el nombre de este Ofán es
Sandalfón. Como su nombre lo indica, él es el Ofán del sandal, el “Ángel del
Zapato [sandal]”. Un zapato cumple también la función de intermediario entre el
pie y el suelo. En este sentido, Sandalfón también salva la brecha que existe
entre la dimensión espiritual y la física.
De Sandalfón se dice que acude a cada sinagoga, recoge las oraciones
dichas ahí y las lleva hasta el Trono de Hashem. En otras palabras, él toma
palabras físicas (Asiyá), y las lleva a la dimensión espiritual (Beriyá). Este
concepto quizá también se relaciona con la comparación que el Talmud hace del
mundo como una rueda que, al girar, a veces eleva lo inferior, y a veces rebaja
lo superior. En un sentido similar, así como una rueda se mueve en forma
circular, continuamente elevando o descendiendo, la función del Ofán consiste
en, por un lado, elevar lo físico hasta la dimensión espiritual, y por otro
lado, hacer que la iluminación espiritual descienda hasta el nivel físico.
Además, el movimiento de las “ruedas” de Asiyá es perpetuo, ya que la relación
entre lo espiritual y lo físico siempre es dinámica. Basándose en nuestros
actos, Hashem constantemente cambia los hechos que ocurren, en el mundo. Esta
interacción es siempre continua; nunca se interrumpe.
La Providencia Divina
Un sistema computacional nos brinda una analogía que nos permitirá
comprender la interacción entre lo espiritual y lo físico. El programador que
está sentado frente a la computadora se corresponde con el “Hombre” de Atzilut.
El procesador (el llamado CPU, central processing unit), que es el cerebro y el
banco de memoria de la computadora, se corresponde con Beriyá, el mundo del
pensamiento. Supongamos que esta computadora está programada para controlar los
semáforos de una amplia zona metropolitana. En tal caso, tendría que haber
líneas de transmisión que salieran del CPU y lo conectaran con todos los
semáforos de la ciudad. Estas líneas de transmisión se corresponderían con la
dimensión de Yetzirá. Los semáforos son los elementos periféricos donde el
sistema desemboca, y se corresponderían con el universo de Asiyá, que controla
el movimiento en el mundo físico.
Ya hemos señalado que la relación que hay entre lo espiritual y lo
físico es siempre dinámica. Esto implica que la dirección providencial que el
Creador hace del mundo nunca cesa. Él siempre actúa en el mundo, guiando los
acontecimientos en nuestros actos. “Esta relación constituye, de hecho, un
proceso bi-direccional que dispone de un mecanismo de retroalimentación que
permite la existencia de cambios en la programación inicial. Por un lado, el
Creador envía un influjo constante hacia nuestro mundo, independientemente de
lo que hagamos. Pero por otro lado, Él constantemente examina lo que hacemos,
lo juzga y luego dirige el mundo en función de lo que Él ha decidido que es lo
más correcto que se debe hacer con base en lo que hacemos.
En la analogía de la computadora, los elementos periféricos también
deben tener este mecanismo de retroalimentación. Por un lado, los semáforos
están programados para controlar el tráfico automáticamente; pero por otro
lado, hay sensores que registran el flujo cambiante de tráfico. Por ejemplo, si
el tráfico en una calle está bloqueado, los sensores lo detectan y hacen que
una orden de luz verde sea emitida por el CPU para hacer que el tráfico vuelva
a fluir.
Siempre se trata de un proceso bi-direccional. Imaginemos que estamos
entrando con nuestro automóvil en una ciudad grande como Manhattan. Si los
sensores detectan la posibilidad de un gran embotellamiento en el centro de la
ciudad, la computadora podría cerrar todos los puentes que conducen hacia ella.
Miles de automóviles y camiones se verían impedidos de cruzar esos puentes, y
los choféres seguramente considerarán el hecho como una gran catástrofe. A
menos que reciban un reporte especial en sus radios los choféres de esos vehículos no se darán
cuenta de que había que tomar medidas drásticas con la finalidad de evitar una
parálisis del tráfico en el centro de la ciudad.
¿Qué hace una computadora cuando detecta a un automóvil pasar la luz
roja a una velocidad excesiva? Puesto que en tal circunstancia el riesgo de un
accidente de tránsito aumenta exponencialmente, se dará aviso a la patrulla de
policía más cercana para que de inmediato acuda y adopte las medidas
necesarias. Para evitar una tragedia mayor, la computadora en cuestión podría
adoptar medidas drásticas. Está programada para hacer que el tráfico fluya de
la forma más suave y segura posible. Para cumplir tal cometido, el mecanismo de
retroalimentación de lo que ocurre en la realidad es indispensable.
Todos estos procesos están incluidos en el rubro general de lo que
llamamos Providencia Divina o Hashgajá. Es lo que queremos decir cuando
afirmamos que Hashem es el “Rey del Universo”. Su Providencia está
constantemente en acción, guiando el mundo hacia su objetivo.
La tarea principal de perfeccionar el mundo pertenece al ser humano.
Al respecto, el Salmista dice: “El cielo pertenece al Eterno, pero Él entregó
la tierra a los seres humanos” (Tehilim 115:16). Es responsabilidad del hombre
utilizar el libre albedrío que el Creador le dio para el bien y coadyuvar así a
que el mundo se adecue al plan divino. Al hacerlo, se convierte en socio del
Creador y adquiere la capacidad para tomar parte en la bondad última que Él
puede proporcionarle.
Como vimos anteriormente, el vínculo entre el Creador y el hombre
involucra a todos los niveles de la Creación. El hombre constituye el propósito
del universo que Hashem ha creado, y todas las dimensiones espirituales
solamente existen para él. El Creador hizo el mundo de tal modo que permanece
incompleto a menos que el hombre cumpla su propósito. La responsabilidad
principal de completar el plan de Hashem está en manos del hombre.
Esto no significa que Hashem no controla los asuntos del mundo. Aunque
ha concedido el libre albedrío a los individuos, Él sigue influenciando el
rumbo de la historia a gran escala. Aunque no determina la conducta de los
individuos, Él sigue determinando las voluntades colectivas de las naciones y
las sociedades humanas. A esto se refiere la Biblia cuando dice: “Como
corrientes de agua, el corazón del rey está en la mano del Eterno; hacia donde
Él quiere lo dirige” (Mishlé 21:1). Si un río es desviado incluso solamente un
poco, podría adoptar un curso completamente diferente. De igual modo, un ligero
cambio de decisión en un gobernante podría tener un enorme impacto en el curso
de la historia humana.
Hashem también dirige el destino de cada individuo para que éste
cumpla el propósito que Él le adjudicó. El ser humano dispone de libre
albedrío, pero Hashem interactúa con él para que Su propósito se cumpla. Es por
esto que quizá Él decida Divina poner a un cierto individuo en una situación
problemática, hacer que se encuentre con un amigo que le aportará un beneficio,
o de cualquier otro modo presentarle las oportunidades para que actúe de tal
manera que contribuya a que el mundo llegue al objetivo último que Hashem le
puso.”
El propósito final del proceso histórico consiste en perfeccionar la
sociedad humana para que sirva como vehículo de la bondad divina. A este objetivo
lo llamamos la época mesiánica, y constituye el punto focal de todo el proceso
histórico del mundo. Es uno de los fundamentos ideológicos del Judaísmo que nos
permite tener un optimismo total acerca del futuro último de la humanidad.
En la analogía de la computadora, dijimos que el programador sentado
frente a la misma se corresponde con la dimensión de Atzilut, recibiendo
retroalimentación de datos de parte de la dimensión de Asiyá. No obstante, es
solamente el programa que reacciona a la información enviada de regreso.
Sabemos que el Creador mismo, Su voluntad y Su Plan Maestro para el mundo no
son afectados por las acciones humanas. Esto podría ser entendido en el sentido
de que, en última instancia, las acciones humanas son casi irrelevantes. Pero
lo opuesto es verdad. El plan global del Creador es hacer que la humanidad
llegue a su perfección última. Nada puede evitar esto. Pero está en poder del
hombre decidir de qué modo él llegará a esta meta.
En cierto sentido, la situación es análoga al juego de un maestro de
ajedrez. Aunque su oponente dispone de libre albedrío completo, el maestro de
ajedrez sabe cómo neutralizar cada uno de sus movimientos y hacer que el juego
llegue a la conclusión que él desea. Sobre la base de esta analogía, podemos decir
que Hashem es el Maestro supremo de un juego que involucra a toda la humanidad.
Y lo que está en juego es el triunfo último del bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario